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Los autores árabes han dejado pocas noticias de Caravaca, lo que hace suponer que su importancia era escasa; tan sólo nos dicen que era una aldea dependiente del distrito de Mula y que contaba con un castillo.

Conquista cristiana:
La situación de aislamiento en que estaban los musulmanes murcianos, presionados tanto por aragoneses y castellanos como por granadinos, motivó el vasallaje del reyezuelo murciano Ibn Hud a Fernando III, rey de Castilla y León. En 1243 se firmó el tratado de Alcaraz por el cual el Reino musulmán de Murcia quedó bajo el protectorado castellano. A los musulmanes habitantes de Caravaca les fueron reconocidos propiedades, leyes, costumbres y religión a cambio del pago de parte de las rentas y de la rendición de la fortaleza que le fue entregada al aragonés Berenguer de Entenza como recompensa por la ayuda prestada al monarca castellano. Esta situación se mantuvo hasta la sublevación mudéjar de 1264 en la que los musulmanes recuperaron por espacio de casi 2 años el poder político sobre la mayoría del Reino de Murcia. La conquista castellana supuso la desaparición del anterior status y la absoluta integración en la Corona de Castilla.
Caravaca Templaria:
La rápida conquista de territorios islámicos del siglo XIII, obligó a los monarcas castellanos a recurrir a personas e instituciones para su repoblación y defensa, así Caravaca, Cehegín y Bullas fueron entregadas a la Orden del Temple, probablemente no antes de 1266. Aquí permanecerían hasta la extinción de la Orden en 1312.
A la desaparición del Temple, los puebles de la antigua bailía pasarán por diversas manos hasta que en 1344 Alfonso XI concede a su hijo bastardo Don Fadrique, maestre de la Orden de Santiago, las villas de Caravaca, Cehegín y Bullas.
La situación de Caravaca, en plena frontera con el reino musulmán de Granada, condiciona el modo de vida de sus gentes. A final de s. XIV se construyen dos puestos vigías, las torres de la Represa y de Jorquera, localizadas en los pasos naturales de los ríos Argos y Quípar, por los que discurrían los caminos de Lorca y Huéscar, para cumplir la función de aviso a la fortaleza de las posibles incursiones musulmanas que en ocasiones, tanto en uno como en otro bando, no tenían otro propósito que obtener un botín en ganados o prisioneros, consecución de fama y honor ante los suyos y sus superiores o capturar enemigos que sirvieran para el canje de prisioneros o su simple venta como esclavos. A estas calamidades hay que añadir la presencia tanto en uno como en otro bando de almogávares, gentes que vivían de la frontera, especialmente en tiempos de paz, estando el robo y los agravios a la orden del día. La vida en estas tierras era, pues, dura e insegura. En consecuencia, no era fácil repoblar esta zona. En este sentido la Reliquia de la Vera Cruz se constituyó en uno de los focos de atracción al concederse amplias indulgencias a sus devotos y defensores y actuó como un soporte psicológico que confería una cierta seguridad, dada la importancia de la religión en esta época.